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Me duele una calle.

Ayer salí inocententemente a hacer las compras, como cualquier día. Como hacía antes de mudarme, a ese super que es más barato pero que ahora me queda muy lejos. Tenía tiempo de sobra y una tarde de frío y sol que se prestaba para caminar, así que me puse los auriculares con buena música y salí, pero en vez de ir por el camino de siempre se me ocurrió ir por otra calle.

Error.

Y después de tantos, tantisímos años (ya 5!), descubro que hay una calle que todavía me aprieta la garganta y me hace caer un par de lagrimones. Ya debería tenerlo superado. Vos hiciste tu vida y yo no volvería a tocarte ni aunque fueras el último pene del planeta…

No, no pasa por ahí. No me duele tu ausencia.

Pero todavía hay algo.

Dolor, bronca, odio.

Me duele aún que me hayas arruinado de esa forma la maternidad.

Que te hayas bajado del barquito que armamos juntos y me hayas dejado remando sola un bote con agujeros. Que me lo hayas hecho difícil de todas las maneras posibles. Que aún esté pagando intereses de esas deudas impagables.

Me duele el recuerdo de tantas mañanas llorando atrás del cochecito, llevando a mi bebé al jardín maternal después de alguna pelea. De alguna canallada o mezquindad tuya.

Sola. Siempre remando sola.

Cansa.

Espero que ésta sea la última vez que esa calle me hace llorar, por eso me siento y lo escribo, para exorcizarla.

Alem, no te tengo miedo.

 

La burocratización del sexo

 

Hoy día por las redes se vienen proponiendo contratos… «Yo quiero pasarla bien» (como si para eso se necesitara de un otro), «encontrarnos, mimos, caricias, que fluya…» (ni que fueramos líquidos!)… como si se pudiera pactar de antemano y decidir cómo se la va a pasar, como si no importara en absoluto con quién. Con qué mente, con qué mirada, con qué piel. Se pregunta cómo te gusta el sexo, cómo sos en la cama, qué haces, que no haces, para decidir o no un encuentro. Cómo si uno fuera igual con todo el mundo. Cómo si se pudiera anticipar qué se va a hacer con quién. Cómo si el otro no fuera responsable de generar el deseo.

Se trata de burocratizar el sexo, de ponerle coto, pactarlo y contabilizarlo, de hacerlo aburrido. Como si el sexo no fuera algo que surge con la chispa del otro, con la piel, con ciertos encuentros si y con otros no. Hoy día todos quieren asegurarse su diversión. Su satisfacción. Quieren despojar al sexo de su magia, del costado impredecible, hacerlo entrar en la lógica del mercado. En el fondo lo que buscan y piden es una paja compartida, o aun peor, asistida. De su discurso se desprende que les importa menos que nada la satisfacción del otro, y menos que menos el encuentro y descubrimiento de lo diferente. Todos somos parte de una gran máquina de placer cuyos engranajes deben encajar a la perfección.

No, no y no.

Me resisto.

Yo quiero encuentros, miradas, seducciones.

Quiero ir generando las ganas y la intimidad. No negociarlas en un contrato previo.

Me resisto a que el encuentro y el deseo se achaten en un trámite.

 

Aunque el costo sea no coger.