Ayer salí inocententemente a hacer las compras, como cualquier día. Como hacía antes de mudarme, a ese super que es más barato pero que ahora me queda muy lejos. Tenía tiempo de sobra y una tarde de frío y sol que se prestaba para caminar, así que me puse los auriculares con buena música y salí, pero en vez de ir por el camino de siempre se me ocurrió ir por otra calle.
Error.
Y después de tantos, tantisímos años (ya 5!), descubro que hay una calle que todavía me aprieta la garganta y me hace caer un par de lagrimones. Ya debería tenerlo superado. Vos hiciste tu vida y yo no volvería a tocarte ni aunque fueras el último pene del planeta…
No, no pasa por ahí. No me duele tu ausencia.
Pero todavía hay algo.
Dolor, bronca, odio.
Me duele aún que me hayas arruinado de esa forma la maternidad.
Que te hayas bajado del barquito que armamos juntos y me hayas dejado remando sola un bote con agujeros. Que me lo hayas hecho difícil de todas las maneras posibles. Que aún esté pagando intereses de esas deudas impagables.
Me duele el recuerdo de tantas mañanas llorando atrás del cochecito, llevando a mi bebé al jardín maternal después de alguna pelea. De alguna canallada o mezquindad tuya.
Sola. Siempre remando sola.
Cansa.
Espero que ésta sea la última vez que esa calle me hace llorar, por eso me siento y lo escribo, para exorcizarla.
Alem, no te tengo miedo.