Para los que no recuerden la expresión «Hakuna Matata»… fijense acá y acá.
Por supuesto que a El Lento no volví a verlo. Charlamos un par de veces más como buenos amigos, pero ante sus invitaciones a salir o al cine, yo siempre estaba ocupada, o enferma o cansada, hasta que él mismo se cansó de invitarme. Y la cosa quedó ahí. Debo decir además, que nunca volví a tener noticias del Cacho de Carne tampoco. Simplemente nunca más me llamó, ni yo a él, tal como me lo había prometido, aunque más adelante volviera a aparecer de una manera u otra. Ya lo contaré a su tiempo. Un día, posiblemente antes de lo que pasó con el lento y el enfermito (disculpen el desorden pero la memoria a veces no retiene tanto detalle) recibí un mensaje de texto de un número desconocido. Era a la tardecita y yo estaba en la calle, yendo para mi casa. El mensaje decía:
¿Como anda la psicóloga más linda de Buenos Aires?
Nada más que eso. Y yo no tenía ni la menor idea de quién lo enviaba. Aunque para ser sincera… lo sospechaba. Respondí.
Bien, gracias… ¿Pero quién sos? No tengo tu número registrado…
A los pocos minutos recibo su respuesta:
Adiviná…
Me dijo haciéndose el misterioso… Y lo pensé. ¿Y si arriesgaba y me equivocaba? ¡Qué verguenza! Pero no había mucha opción. No recordaba haberle dado mi número a nadie, y menos a alguien que no me hubiera dado el suyo a cambio, tenía que ser él. Le contesté:
mmmm… ¿El Rey León en persona?
Arriesgué. Y se lo dije tal cual lo escribo acá, era una especie de chiste…
Jajaja… sí, como andas linda?
Me contestó. Así que era él, finalmente había aparecido… Le contesté, un tanto osada:
Todo bien, dice mi gata que quiere conocerte…
No se porqué, pero después de lo desastroso que había sido nuestro último encuentro y aún sabiendo que estaba casado, todavía tenía ganas de volver a verlo. Sería el recuerdo de esos ojos verdísimos, la sensación de que teníamos algunas cosas en común, o la esperanza que con más tiempo y en lugar más cómodo las cosas fueran totalmente diferentes. No se porqué, pero este tipo me gustaba. Sus mensajes habían logrado ponerme nerviosa y me moría de ganas de volver a verlo. Unos instantes más tarde su respuesta me dejó sin aire:
Jajaja… decile que yo también, ¿Me invitás?
Intercambiamos un par de mensajes más para ponernos de acuerdo con los horarios. Él vivía en provincia pero trabajaba en capital, la idea era encontrarnos algún día en su horario de almuerzo, en mi casa. Arreglamos para el día que yo tenía libre al mediodía, en esa época entraba a trabajar a las 15.00. Me aclaró podía llamarlo o mandarle mensajes cuando quisiera, pero siempre antes de las 16.00, porque sino podía meterlo en problemas. Le dije que por supuesto no hacía falta la aclaración, que no lo iba a molestar. Mi intención no era causarle problemas a nadie. Así que quedamos para el miércoles siguiente, a eso de las 12.00, en mi casa. Le dí la dirección y no me quedó otra que esperar… Mientras volvía a casa me temblaban las piernas de la ansiedad…
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